Cerebro en conflicto

¿Cómo puede ser posible? ¿En conflicto con quién? ¿Conmigo, como una parte de mí? ¿Es que acaso no ha sido integrador, entre lo racional y lo emocional? Ha creado momentos de gran confusión, ha creado alarmas, temores, también alivio…? Contaré algunos momentos, pensamientos, reflexiones, para ver si consigo explicarme y vislumbrar salidas…

No sé cuando empezó esta crisis, que al principio no parecía importante, pero que ya preocupa por la extensión en el tiempo. Será que estoy perdiendo capacidad de reflexión, y me he quedado con una sola idea? Sin matices?

A raíz de la situación política nacional e internacional, a la cantidad y diversidad de problemas, un día me encontré pensando que tenía la solución a todo. No importaba que los problemas fueran complejos y que reconociera su complejidad. La respuesta era siempre y única,  la misma: La solución a todos los problemas estaba en la educación.

Cuando reparé en que parecía demasiado simple, repasaba los grandes temas uno a uno, aplicaba mi fórmula, casi mágica y volvía al principio. Si no se crea un cambio en los valores del ser humano, no se solucionarán los problemas. Y para eso no basta con dictar leyes, firmar tratados, crear organismos… Las leyes tendrán que aplicarlas los seres humanos, el ciudadano común, las autoridades policiales o judiciales, los representantes políticos de todos los niveles, etc. etc. Y si no tienen bien entendido y asumido su papel en la sociedad, de nada valdrán las leyes buenas, (algunas lo son), y se acumularán las malas o inútiles. Entendiendo por buenas las que sirven para el interés general y la buena convivencia, y por malas, las que benefician grupos de interés particulares o perjudican a la mayoría de la población.

No se trata de adoctrinar y convertir a la sociedad en un ejército de robots. Sólo que en una sociedad que pretende ser democrática, que respeta los derechos humanos, ya establecidos por cierto (aunque ignorados o eludidos), debe haber confrontación de ideas y análisis serios y respetuosos.

Han de conocerse, entenderse y aceptarse los principios básicos de un estado democrático para conseguir una buena convivencia: libertad, igualdad y fraternidad o solidaridad dentro de la ley.

¿Cómo se consigue? Con educación. Que no es sólo la lectura de la historia, aunque servirá, sino que padres, maestros y ciudadanos en general practiquen en sus relaciones con hijos, alumnos, y vecinos esos principios.

Enseñar que cada familia tiene sus reglas, como el colegio, como la ciudad, como el país. Que tenemos una Constitución, (y lo que es), que nos obliga y ampara a todos. Que la hemos aceptado, que siempre la podemos modificar, que tanto el gobierno como los ciudadanos estamos obligados a cumplirla. Que al gobierno lo elegimos, con acierto o error, por mayoría. Que todos somos iguales ante esa ley y las que emanen de los órganos legislativos. Que tenemos que ser solidarios, y por eso hay disposiciones constitucionales y legislativos que atienden a las diferencias que puedan existir entre las personas. Que por último y fundamental, que somos ciudadanos libres, que la libertad implica responsabilidad. Por eso votamos y elegimos nuestros representantes. Que debemos luchar por mejorar nuestras condiciones de vida, siempre que no menoscaben la libertad de los demás, buscando el máximo posible, porque la vida de cada persona tiene que ser digna de su condición humana. Y sin libertad, sin igualdad y sin fraternidad, no es posible conseguirla.

Inculcar esos valores no es trabajo de un día. De generaciones, y mientras tanto tenemos problemas que resolver que ya urgen. Primero habría que reconocer el problema, ¿por qué no se practican dichos valores? Por ignorancia de su valor y necesidad, porque son los que se han aprendido por la situaciones históricas vividas, tanto los ciudadanos educados como los faltos de educación. Pero hay que empezar con todos los medios: colegios, medios de comunicación social y la acción personal, ejemplar, mínima pero eficaz.

Tenemos elecciones nuevamente, los partidos se enfrentan, cuando a mi juicio, deberían despertar la responsabilidad de los ciudadanos, poniéndoles delante el espejo de las consecuencias de su voto. Que no sean hinchas que pasado el partido y según el resultado, sienten una efímera alegría o pena, pero luego todo sigue igual hasta el próximo encuentro. El voto responsable y conciente, es un motor de mejora de la sociedad. Convertir las elecciones en el día de los votantes, no de los partidos, ni de los candidatos. No es fácil en el presente, pero aspiro a que un día lo sea, para lograr un convivencia democrática, basada en los principios y con leyes que expulsen y no permitan entrar en puestos de responsabilidad política o social, a quienes no los hayan aprendido y practicado respetuosamente.

 

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