Como todas las mañana, cumpliendo con mi agenda, salí para comprar pan y detergente y para renovar el bonobús. Una pequeña vuelta cerca de mi casa, que me obligo hacer para caminar un poco.
Era lo que tenía que hacer para seguir cuidando de María, que, como lo he dicho otras veces, es mi única y principal dedicación, mientras pueda y me siga sintiendo viva.
De regreso, después de haber tratado de disfrutar del aire fresco, de las hojas de los setos, de los sonidos de los pájaros, del paisaje humano, no muy atrayente hoy…, ya en la acera de mi edificio donde hay unos bancos, me encuentro con la misma imagen de ayer. Una señora en muy mal estado, atada en una silla de ruedas con una acompañante a su lado. Pensé como ayer, quien sería… Una vecina acaso? Irreconocible. Supuse que sí. Había un vecino cerca de ellas y otra mujer del barrio, hablando entre ellos, porque la pobre evidentemente por su apariencia no debía ni reconocerlos. No fui capaz de engrosar el corro… Subí con pena y dudas.
Hoy al verlas nuevamente, pregunté al portero, quienes eran, si eran de la casa… Y sí, resultó ser una vecina de mi escalera, que conozco de hace muchos años, de coincidir en el ascensor, en la peluquería, de hablar de nuestros respectivos hijos, cuando eran más jóvenes. Buenas relaciones de vecindad con ella y su marido que ya ha fallecido hace unos años. La he visto envejecer y degradarse físicamente. Sigo recordándola como una señora educada, elegante con discreción como corresponde a la verdadera elegancia, con su marido que la cuidaba cuando ya había entrado en dificultades físicas. Cuando nos encontrábamos teníamos una pequeña conversación amable y que trataba de ser animosa para ambos. Se llama Dulce y su nombre la describe.
Ha tenido todos los cuidados médicos que se pueden tener. Fisio en casa, cuidadores varios, etc. etc. Los hijos, suelen venir, no los veo, porque vivo mucho en mi casa y poco o nada en el resto del edificio. Pero he hablado con su hija, alguna vez, no tanto como cuando vivía en casa, soltera, que coincidíamos más, ella estudiaba, yo trabajaba, y nos caíamos bien. La última vez que hablé con ella, hará unos meses, sin detalles me dio a entender que estaba muy mal… Pero verla hoy, que me tuvieran que decir quien era, me ha dejado desolada y a la vez furiosa?…
¡No es justo que una buena persona termine así sus días! No sé, con propiedad, lo que ella pensaría, pero me atrevo a afirmar que no querría verse, ni exhibirse en ese estado…
Subí a casa con una conmoción emocional, que no conseguía aplacar. Intenté leer el diario, rutina diaria, y ni los horrores de las páginas internacionales, lograban atraer mi atención. Me salvó un poco Forges con su viñeta, que me sacó una sonrisa. Entonces pude pensar racionalmente un poquito.
Que puedo hacer? Primera respuesta: Nada. Dejar pasar el soponcio y seguir ocupándome de María, que es lo que me toca. Sufrir si la vuelvo a ver, aunque le deseo que llegue su final ya. Segunda respuesta: Y si hablo con su hija, que ni recuerdo el nombre ahora mismo…? No encaja mucho en el nivel de relación que hemos tenido últimamente, que aunque siempre ha sido cordial y amable, cercana y sincera, es muy poco frecuente…
Tendría que empezar por buscar el encuentro. Hace unos días me crucé con el hijo, en el hall, nos saludamos pero con él tengo menos relación y ni le pregunté por Dulce.
Y luego, que le diría? Le hablaría desde el corazón, le pediría disculpas por mi atrevimiento, pero por la simpatía que tuve a sus padres y a ellos mismos, le diría que no permitieran lo que está pasando… No más fisioterapia, no más todos los medios inútiles que intentan prolongar una vida que ya está finita, terminada, que eso no es lo que querría su madre. Que yo supongo que sus motivaciones son el amor, o la responsabilidad, pero que ya han cumplido, que prolongar ese sufrimiento, es tortura, no es expresión de amor y que ella no lo merece.
No sé siquiera cuales son sus razones para sobrellevar lo que ellos mismos estarán pasando, no sé si Dulce era religiosa, pero si creía en un dios, debía de ser un dios de amor, del que no esperaría este final. Además, lo que pasa en verdad, es que los medios avanzados de la medicina, consiguen prolongar signos de vida, que no son propiamente una vida digna como la que ha tenido en su trayectoria esta madre.
Por último le diría que me perdonen la intromisión, pero que en nombre de su madre, les ruego no prolonguen más esa situación.
Escrito esto me siento más aliviada, no sé en definitiva que haré, ya calmada, podré reflexionar…, por lo menos.