Hace unos días, escuché una entrevista en la cadena SER, en el programa que presenta Gemma Nierga. Los participantes eran: el escritor Jorge Martínez Reverte, su esposa Mercedes, su hermano Javier, también estaba Millás y entró por antena el neurólogo que había tratado a Jorge, el Dr. Esteban García Albea.
Estuve con ellos, sin estarlo físicamente, pero muy próxima, porque yo también como Jorge he padecido un ictus cerebral y, como lo está haciendo él, luché para volver a encontrarme.
Encontré paralelismos entre su proceso y el mío, increíbles, lo abracé desde mi casa y me sentí muy cerca de él, lo comprendí profundamente. El «poco a poco», frase detestada por él, que también lo era por mí. Me di cuenta que él, como yo en mi momento, recurrimos a las armas que teníamos o a lo que, yo llamo, la parte sana de nuestro cerebro.
Toda la entrevista fue estupenda, me habría quedado con esa opinión, con mi emoción, y mis ánimos a Jorge para que continúe su lucha, lo sigo leyendo y quiero seguir leyéndolo.
No me había planteado nunca escribir sobre ese Pedazo de vida, creo que no me habría atrevido, pero la intervención del Dr. García, me provocó. Dijo que sería interesante para los neurólogos conocer la versión de quienes han padecido un ictus. Refiriéndose también a lo que ha escrito Jorge al respecto. Y me pareció que tiene mucha razón. El neurólogo conoce el cerebro anatómicamente, por supuesto, mejor que la mayoría de los pacientes. Conoce aunque no del todo su funcionamiento, las medidas terapéuticas, etc., pero no puede saber, la llave, el quid, que hace que aquel paciente consiga, si lo consigue, que su cerebro sano, empiece a funcionar. Para Jorge fue uno, para mí, otro, tal vez cada uno tengamos el propio…
Y ya lanzada al atrevimiento, sin más valor que el de una experiencia muy vivida y repensada, me planteo expresar en sucesivas entradas, mis teorías, sin ningún valor científico, sobre cómo se ha ido conformando mi cerebro a lo largo de la vida, para que llegado aquel momento crítico, haya sido capaz de luchar y salir, (no indemne, con secuelas), con un nivel aceptable para mí, ya que mantiene la curiosidad, el interés, las ganas de vivir.