Después de una noche partida en dos etapas de sueño, me levanté sin tener claro lo que iba a hacer. Me dejé llevar y después de un desayuno y la ducha, ya me ubiqué un poco en la realidad. Reanimada, lo justito.
Tenía que salir. En el portal me encontré con una vecina, con la que sólo he intercambiado saludos de cortesía. Es discreta y educada, según he observado. Como sabía que su hermano y cuñada, esperaban un bebé, una niña, según me lo habían comentado ellos mismos, le pregunté si ya había llegado. Se le iluminó la cara, y me informó que anoche había nacido. Las enhorabuenas de rigor, confieso que me contagió algo de su alegría y me animó a seguir con mis obligaciones. Unos minutos después me encontré con el padre de la recién nacida, más de lo mismo, con el agregado de que con él y su esposa, sí he tenido algo más de relación. Estaba feliz al contármelo, y entrecruzamos, yo mis enhorabuenas y saludos para la mamá y él hasta me piropeó. Me caen bien, no son muy convencionales, y supongo que por eso agradecen más mi interés.
Esta anécdota me motiva a tratar el maravilloso tema del cerebro humano, sin ninguna pretensión científica, puesto que no tengo esa base, sino desde mi propia experiencia vital, curiosidad, observación y reflexión.
Así que el nacimiento de esa criatura me ha hecho pensar en que ha nacido un nuevo cerebro humano. Con toda su potencialidad, escondida a los ojos de todos. Dentro de esa cabecita hay una verdadera central, con pequeñas centralitas, que se irán poniendo en funcionamiento, poco a poco. Los adultos, les festejaremos las supuestas sonrisas, que no será más que actos reflejos, inconscientes. Luego le hablaremos, o le haremos carantoñas, sin observar los momentos en que empiezan a ver objetos y ser capaces de seguirlos con la mirada. O cuando responden a un sonido. O cuando después de llorar, sin que sepamos bien las razones, comen o duermen placenteramente…
Ese cerebro empieza a conformarse, no anatómicamente, sí fisiológicamente, se va poniendo en funcionamiento. Y los adultos, al interactuar con esa personita, estamos contribuyendo a ese proceso, que no se parará, con o sin nuestro aporte, que puede ser positivo o no. ¡Qué responsabilidad y que poca conciencia de ella, se suele tener!
En general, por ser adultos, no vemos a los bebés como personas en desarrollo que, como tales, merecen respeto. Por instinto o por imposición de normas culturales, los cuidamos, los protegemos, a nuestro leal saber y entender. Pero no los respetamos, no observamos su desarrollo, ni nuestra aportación al mismo. Por ignorancia, generalmente. Nadie nos lo enseña. Si acaso, seguimos las pautas que se hayan utilizado con nosotros, buenas, regulares o malas. A veces, nos ayudamos con lecturas, muy detalladas, que pueden ser prácticas, pero que dan ideas generales.
Olvidamos que cada bebé es único, como únicos son sus cerebros y así se desarrollarán. Como únicos somos cada uno de los seres humanos.
Continuará. ¿Continuaré?