Confianza, respeto

Está aceptado que entre los 0 y 6 años se forman las bases de la personalidad futura del ser humano. Hace muchos años, se decía que los 6 años era de la edad de la razón. Con anterioridad se va acumulando información, relacionando y ordenando, guardando elementos de conocimiento. Pétalos que están comprimidos como un pimpollo de rosa, hasta que empiezan a abrirse y va apareciendo lo que promete ser una hermosa flor.

El niño ha ido tomando nota e imitando a los adultos. Sin saberlo, nos va conociendo. Si se da lo recíproco, es decir, si el adulto aprende a conocer las necesidades de ese ser que se está formando, y acierta en su papel de auxiliar necesario, de sostén, sin torcer el natural desarrollo, puede llegar a ser un buen modelo. Tarea hermosa y delicada que requiere elementos imprescindibles: amor, conocimiento, comprensión y formas adecuadas.

Tanto el niño como el adulto están aprendiendo cada uno en su etapa. Si contamos con el amor, nos queda conocer, observar lo que sucede y preguntarnos qué pasa, las causas, y probar soluciones. No hay recetas, para ese niño concreto y ese adulto concreto. Hay muchas experiencias conocidas y publicadas que nos pueden ayudar, pero la que será, la nuestra, es única.

A medida que se acercan los 6 años, el niño empieza a cuestionar el mundo que le rodea, incluidas las personas. Los porqués insistentes, a veces expresados verbalmente, que si no encuentran respuestas, se manifiestan con resistencias que parecen caprichos… Es entonces que el papel de los adultos se vuelve más importante. ¿Se presta atención a esas preguntas? ¿Se escuchan? ¿Se responden con verdad? ¿O se les ordena callar para que no molesten?

Si los padres o educadores, aprovechan esos momentos, asentarán cimientos sólidos. Al escucharlos, los estarán respetando y enseñando a respetar. Si no es posible atenderlos en ese instante, explicar el por qué y hacerlo a la mayor brevedad. Si no se tiene una respuesta verdadera, confesar que no se sabe, pero que es posible saberlo. No recurrir a verdades absolutas, si no se está muy convencido de ellas. No engañar si el tema es serio, sólo en el juego entendido como tal, es posible y hasta puede ser educativo la fantasía. Nada de miedos, cocos, monstruos. Es importante combatir los miedos propios que han tenido que vivir ya, simplemente por encontrarse en un mundo absolutamente desconocido para ellos. Así como nos puede resultar fácil compartir emociones de alegría, los adultos debemos compartir sus temores, para que aprendan a identificarlos y enfrentarlos. Su cerebro ya ha alcanzado parte del desarrollo de la razón y aprenderá a hacer uso de ella.

Si hablamos con honestidad y verdad, aprenderán a usarlas y se sentirán bien haciéndolo. Si engañamos, mentimos, también lo descubrirán, pero en esos casos, además de aprender a hacerlo, igual hasta nos superan. ¡Cuánto más placentera puede llegar a ser la relación que se establezca sobre esas bases! Confianza, respeto…

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