Vaya por delante que repudio, abomino a la violencia machista. Hoy me hubiera sumado como una persona más a la manifestación de Madrid, para estar junto a las personas que concurrieron y que seguramente la rechazan como yo.
El lema de la manifestación pidiendo o exigiendo que la lucha contra la violencia machista sea una cuestión de Estado, no me convence totalmente. Es cierto que al Estado, a sus instituciones se le deben exigir muchas medidas en esa lucha. En primer término, la protección de las víctimas, más medidas de seguridad para quien presente una denuncia, o sea más medios personales y materiales con ese fin. Hasta ahora lo hecho se ha demostrado insuficiente, son asesinadas mujeres que habían denunciado, lo cual desanima a las víctimas a denunciar.
Pero el problema no se ataca sólo por esas vías, que sí son necesarias y que sí dependen de las administraciones del Estado. Hay que ir más a la raíz. Tenemos en nuestra sociedad inyectados en su ADN social, prejuicios, creencias, tabúes culturales que se manifiestan en crímenes. ¿Puede una declaración de cuestión de estado modificar ese substrato?
Hay un gran trabajo social que realizar, en el que el estado puede y debe participar de forma activa, no sólo previniendo y castigando los delitos, sino tratando, a través de la educación fundamentalmente, de modificar esa nefasta ideología. ¡Menuda tarea! En ella estamos implicados todos, no sólo las instituciones, sino también los ciudadanos individual y colectivamente, cada uno en su esfera de influencia.
La educación es fundamental: en los colegios los niños y niñas tienen que aprender el respeto al otro u otra. Que no es un mérito ni un demérito ser de un sexo u otro. Los valores a considerar son la igualdad dentro de la diferencia, el respeto más amplio, por supuesto el físico. Y en un proceso, también aprender a no herir ni con palabras.
Los padres y madres, en la familia, no sólo practicar ese respeto, sino impulsarlo. Son el primer modelo de los niños. Para ello, los padres tendrían que tener a gala, no levantar la mano a ningún miembro de su familia. Alguien me podrá decir que a veces es necesario imponer la autoridad. No estoy de acuerdo, la autoridad se impondrá por la buena convivencia, hablando, razonando, mostrando las ventajas e inconvenientes del entendimiento razonado. Los niños saben que los mayores son más fuertes físicamente, y valorarán la paciencia, la calma, las razones que se usen con ellos, como verdaderas personas que son. Y eso no lo arregla una ley, o un decreto, es parte de la responsabilidad de los mayores.
Si se usa la fuerza física, no hay autoridad, hay violencia. Por eso la premisa tiene que ser NO a la violencia, ni machista, ni de ningún otro género.
Se podrá argüir que existen otras formas de violencia, que yo considero más bien autoritarismo. También pueden tener consecuencias graves, pero aunque un niño tenga un padre o madre autoritarios que seguramente pueden causarle algún tipo de daño, (el peor crear otra persona autoritaria); es posible que el propio desarrollo en la vida, otras experiencias que observe y de las cuales también aprenderá (vecinos, maestros, etc.), pueden hacer que comprenda que no es lo mejor lo aprendido en su casa o colegio. Siempre tendrá su capacidad de pensar y razonar que lo puede librar no sólo de algún castigo físico, sino también, en el futuro superar lo negativo que pueda haberle marcado el autoritarismo.
Ya estamos implicados todos… a aprender a hacerlo, sólo así se atacará el problema de fondo.