Desde que se nace hay que estar demostrando por medio de documentos que se existe. Mientras se es joven, no se siente como una carga propia de cualquier sociedad organizada. Se acepta y actúa hasta con alegría, inscripción del recién nacido, domicilio legal, para todo y para siempre, colegio, universidad, empleo, en fin, constantemente. Pero cuando es es mayor, anciano o viejo, como se quiera denominar cada uno, ya se analiza y hasta puede ser divertido.
Cuando se tiene un seguro de vida, el banco trimestralmente, creo, cita al asegurado a la oficina correspondiente, para que firme que está vivo, a mi me hace gracia. Siempre les digo en broma al empleado o empleada correspondiente, que con mi presencia les demuestro que estoy viva, ahí de cuerpo presente. Nos reímos un momento, firmo y me despido hasta la próxima cita.
Pienso, no tengo certificado de defunción, claro, además no lo podría llevar, lo haría el beneficiario… Entonces, para mí la prueba de que estoy viva, no la da esa cita, ni esa firma, porque a veces, me puedo sentir más muerta que viva. ¿Cuaáles son, entonces mis Fe de vida?
Actualmente y haciendo un somero repaso, encuentro que un día de sol, el canto de los pájaros en los árboles, la serenidad del otoño y sus colores, un paseo por calles no atiborradas de coches, el cruzar la mirada con un bebé o niño pequeño, y si sonríe, ¡premio!, funcionan como cotidianas y naturales fe de vida. No está escrito en ningún papel, se siente y produce alegría de vivir.
No digamos un «achuche» con la prolongación de mi vida, el ser que traje al mundo, que amé desde antes de nacer, que seguí en sus primeros pasos físicos y luego en todos los que fue encontrando en su propio camino. Hoy, también. Aunque las circunstancias, el tiempo, han revertido los roles, y es él quien me sostiene y me da vida.
Y repensando…, he encontrado más certificados de fe de vida. No se firman en un papel, ante ninguna institución, se sienten. Algunos a título de ejemplo: recibo el aprecio de personas que no pertenecen a mi escaso círculo familiar. (Lamentablemente los queridos están lejos y muchos ya no están). Son personas contemporáneas mías, mayores, ancianos o ancianas o viejos y viejas como yo, a las que me ha vinculado, una pequeñísima tarea que consiste en animarles a mantener activo su cerebro, porque creo por mi propia experiencia y pocos conocimientos, que es una forma de mantenerse vivo en una realidad que existe y que ayuda a superar los achaques y penas que a veces la vida nos puede traer. Con ejercicios, con lecturas comentadas, con las que se puede pensar, reflexionar, viajar, y terminar incluso divirtiéndose. No es altruismo, tiene su cuota de egoísmo, a mí también me sirve y además percibo el aprecio de esas personas que han aparecido en mi vida.
Otros ejemplos de fe de vida, algunos de gran fuerza, que aparecen en mi camino: Como me puede la curiosidad en mi forma de pensar, no me privo de una actividad, si creo que está dentro de mis posibilidades físicas. Últimamente, me he incorporado a un proyecto que me parece bueno e interesante y que es absolutamente nuevo para mí. Se trata de un grupo de gente de una escuela de teatro, que pretende montar una obra sobre la base de testimonios, y para difundir la conveniencia de regular la eutanasia. El tema me interesa, pero de teatro, poco puedo aportar. Salvo en el colegio, que participé en una obra, con una frase; o un cursillo en un centro cultural que fue apenas una miradita difusa sobre la actividad, lo ignoro todo. Sí amo el teatro, he disfrutado con él, he aprendido, pero a los efectos prácticos, ni idea… Pues allí estoy, y me he sentido nueva, desconocida para mí misma, y con una capacidad, hasta física, a pesar de mis limitaciones, que no hubiera imaginado. Al volver a casa después de la última reunión, cansada, derrengada, agotada, tenía una grande Fe de vida. Irrecusable.
Último ejemplo, por hoy. Los anteriores son ejemplos de fe de vida presentes, pero también surgen a partir de hechos del pasado, momentos vividos y no en primera persona, casi olvidados, pero que han dejado un hoyo en la memoria emotiva quizá, y que pueden revivir a través de una película. Me pasó recientemente con la película de Spielberg, El puente de los espías, que se desarrolla en 1960. No me referiré a ella por su calidad estupenda, que la critiquen los críticos. Pero sí a las emociones, sentimientos y gran Fe de vida que me dio. Historia conocida por mí, por la información sobre la guerra fría, que vivía desde mi juventud y desde muy lejos de los escenarios calientes. Con detalles ya olvidados para mí, como los U2, tan nombrados entonces y que, como cuenta la película, agravó la situación mundial.
¡Qué lejos en el tiempo y qué lejos en mi memoria ya averiada! Y sin embargo, la resurrección de los nombres, el odiado y temido Foster Dulles jefe de la CIA en aquel tiempo, ver el Check point de entonces en el límite de Berlin oriental y occidental, el puente, el muro…, que me emocionaron hace unos años, cuando los vi como reliquias de una época… Pero viendo la película, fue como si una corriente interior, chocara, se encontrara, con la corriente exterior que veía en la pantalla y me hiciera sentir con gran fuerza la vida actual.
Creo que le debería agradecer a Spielberg y a Tom Hanks, y a todos los que han hecho El puente de los espías, el haber tenido otra nueva, auténtica (y que no necesita firma en papel alguno), Fe de vida.