¡Por fin! Ya tengo decidido el voto. He pasado muchos días con media incertidumbre. Sabía a quien no votar, pero no tenía ninguna certeza respecto a quien votar. Descartada la abstención… He aprendido desde siempre, que es una obligación ciudadana, cuando se vive en democracia. Es la oportunidad para manifestar nuestras ideas efectivamente, respecto a la sociedad en que vivimos, como queremos mejorarla y elegir ante las diversas propuestas de los partidos políticos la que más se aproxime a nuestra manera de ver el mundo.
En muchas ocasiones me he visto en tales circunstancias. Optando con mi voto por partidos generalmente perdedores, pero con la tranquilidad de conciencia, por haber actuado de acuerdo a mis ideas en uso de mi libertad política, en ese caso.
Desde muy pequeña he participado en elecciones. Era un día de fiesta, acompañar a mi madre, cuando era niña y adolescente. Reírme cuando me daba cuenta de la triquiñuela que usaba, para no confesar su voto. «El voto es secreto», decía y sonreía. A medida que fui creciendo y entendiendo algunas cosas, me sentía su cómplice.
Así se enseña y aprende educación cívica, cuando se vive en democracia. No es un enfrentamiento entre ciudadanos, es el respeto a distintas posiciones, que se disciernen en las urnas. Al día siguiente, cada uno sigue con su vida, que no varía por el resultado. Éste se verá en la legislatura siguiente, con el cumplimiento o no, de las promesas electorales. Se aprende también a hacer caso mínimamente a los grandes discursos, oírlos, enterarse, pero comprobar si se ajustan a los principios que dicen defender, (cuando los dicen y cuando los tienen).
Me preguntaba días pasados por qué me sentía tan mal, con mi incertidumbre. La respuesta sencilla era porque había muchas opciones. Pero no me convencía. Siempre he tenido varias. Tal vez porque tenía muy claro a quien no quería ni debía votar. La campaña electoral había creado un clima de gran desconfianza hacia los representantes políticos. Bien es cierto que nunca he votado un programa totalmente mío, pero tampoco he llegado al extremo de votar con «la nariz tapada», como se dice aquí. También se dice que la incertidumbre es mayor porque se acabó el Bipartidismo. No me afecta. El Bipartidismo es malo o no, según los responsables políticos que dirijan esos partidos.
En la corta historia de esta democracia, hemos comprobado que con una mayoría absoluta se puede gobernar, más cómodamente, sin avasallar a las minorías. O se puede usar como apisonadora, ejercer el autoritarismo que da el poder, y hacerlo dentro de una «legalidad» que lo permita. Por ejemplo, cuando teniendo cámaras constituidas se gobierna por decreto, para imponer la propia opción, sin siquiera discutir, o aceptar modificación alguna… Existe la posibilidad de decretos leyes en una democracia, pero para determinadas circunstancias establecidas, no cuando se imponen por el número de votos de un parlamento.
La inquietud que me afectaba, iba en aumento. La tristeza y la duda crecían. Ya no me servía leer y oír a los diversos candidatos, para evaluar sus análisis y programas. Buscaba el error, el fallo, la mentira en sus palabras. Echaba mano de mi memoria, de la adolescente que reaccionaba ante la desigualdad y la injusticia. La libertad política la tenía, como ahora. Y sin embargo, estaba viviendo como si fuera la primera vez, una sensación nueva y desagradable.
Para ayudarme a superar ese estado de ánimo, recordaba a la joven, que sabía de la corrupción legalizada, y que se comprometía en la lucha por erradicarla, denunciándola, apoyando a quienes eran honestos y la combatían. Pero el día de las elecciones seguía siendo una fiesta de la democracia. Se trabajaba, militando, pegando carteles, tratando de convencer, pero con ilusión, con alegría no porque lo pidieran los líderes, sino por la propia convicción. La satisfacción se tenía, fuera cual fuera el resultado.
Cuando veía mítines de gente joven, llegaban a emocionarme, tan seguros de su triunfo, cuando por poco que se conociera la realidad, no se justificaba tal entusiasmo. También adultos indignados, rejuvenecidos y esperanzados, con la necesidad de un cambio que comparto. En cuanto a los líderes, varían, algunos de honestidad probada; otros que lo parecen, pero no han tenido ocasión de demostrarlo. Otros, que se les nota muy histriónicos, grandilocuentes. Un poco de modestia por su parte les haría más convincentes, a cuenta de ser noveles..
Por mi experiencia, hay que tener los pies en la tierra. Los buenos dirigentes que he conocido, además de analizar y esclarecer la realidad, proponen soluciones posibles, no incendian las masas con revoluciones imposibles, sino que invitan al compromiso con valores y principios. Luego el camino se andará.
Hay mucho por andar, porque aquí no ha habido una revolución francesa, ni siquiera una democracia al estilo americano; del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La historia de los países marca mucho el presente. Y aquí por necesidad, la gente ha aprendido a aguantar, a recostarse al poder, para sobrevivir y prosperar. Y el que ha alcanzado poder, tiene por herencia, el autoritarismo. Sea alcalde, presidente de gobierno o presidente de club o comunidad de vecinos.
Ya estoy tranquila. Sé lo que voy a votar, acertaré, mi equivocaré, pero voy a cumplir con mi deber de ciudadana. No se trata de festejar que he ganado, ni llorar por haber perdido. No es mi juego. Sólo espero y deseo por el bien de todos los conciudadanos, que las personas elegidas para representarnos, sepan hacerlo pensando en el conjunto del país, eligiendo el presidente más demócrata, y legislando para salvar los retrocesos que han habido y para ampliar los derechos de la ciudadanía, en libertad, en igualdad y solidaridad.