La vida me ha regalado un feliz Día de Reyes. Lo detallaré al final.
De pequeña, como muchos niños, he tenido alegrías y sufrimientos en estas fechas. Los regalos a cambio de portarme bien. Las dudas, los nervios, las desilusiones y el consuelo o la resignación. Hasta que un día, en un momento de enfado, me pasé de lista y le dije a mi madre: ya sé que los reyes no existen y no me importa. Me contestó que no me dejarían nada. Uyyy, me di cuenta de que me había pasado y que me quedaría sin regalo. Me arrepentí de mi valentía, pero ya era tarde. Sin embargo, sí, tuve regalo. Acepté la realidad de la mentira y seguí la tradición, pero ya me sabía mejor, porque era como un juego en el que participaba en mi papel de niña, menos que más, inocente.
De adulta, reflexionando sobre el tema, me di cuenta que no era sano un juego que se construía a partir de un engaño, de una mentira. Los adultos lo usaban para transmitir unas creencias falsas, con conciencia de ello o no. Los padres que podían hacer regalos, lo disfrutaban con los niños o más que los niños. Los que no podían sufrían, pero usaban la excusa de que no habían sido suficientemente buenos y, a lo más, que el año próximo seguro que vendrían los reyes. Unos y otros no se daban cuenta que lo que estaban enseñando era a mentir. A usar la mentira como forma de obtener lo que se quería. Ayer El Roto, en su viñeta lo expresa magistralmente, mucho mejor que yo ahora mismo. «Dije que los reyes magos eran los padres y me castigaron sin juguetes, desde entonces me creo todas las mentiras». La peor consecuencia: no sólo se enseña a mentir, sino que se inhibe la capacidad de descubrir y denunciar y rechazar las mentiras. Por el contrario, el mensaje es que hay que aceptarlas como parte de la realidad, sin más.
Cuando cambié de continente y de vida, tuve que hacer una elección. Como tenía un niño pequeño y no quería involucrarlo en esa historia, y a la vez tenía que adaptarme al medio ambiente social, me inventé una historia de un árbol mágico que daba regalos en Navidad. Era la magia del árbol, tan bonita o no, como la magia de los cuentos infantiles. Además, el niño no tenía que pedir nada, no era a cambio de nada. No había chantaje alguno. Había ilusión, sí, pero no temores, ni angustias. El árbol mágico siempre intentaba dar juguetes que servían a su desarrollo, según la edad.
Esa fue la forma que encontré para que pudiera compartir algo con los otros niños en esas fechas. Luchando contra la publicidad que beneficia a la industria y al comercio, pero perjudica a los niños con los meses de martilleo constante, creándoles falsos deseos en sus cerebros. La otra medida que puse en práctica fue que los juguetes y las actividades estaban a su alcance en cualquier época del año de acuerdo a su desarrollo. El árbol siguió con nosotros muchos años, pero su magia se reunió con la de las hadas, los gnomos, los ogros, y tantos personajes de los cuentos infantiles y se convirtió en un juego más, ya entre adultos.
Detallo mi feliz día de reyes de ayer. Tenía un plan completo para todo el día. Eso rompe mi rutina, y normalmente me produce cierta inquietud. Además las radios, como en días anteriores, promocionando los regalos, la cabalgata, los nervios de los niños y usándolos descaradamente, me molestaba. Como no podía alterarme porque tenía un plan por cumplir, me receté música. Un CD de Bach. He comprobado una vez más que me hace bien. Según la agenda, debía ir por roscones para una reunión por la tarde, con la familia política de mi hijo. Es su tradición de reyes chocolate, roscones y regalos, en la que participo desde hace años. Estaba en forma, tranquila y animada, y salí. Mientras esperaba el bus, oí a Serrat en Cantares de Antonio Machado, To tango Tis Nefelis, una cantante griega con voz y música, deliciosas. A Mercedes Sosa en Zamba para no morir, canción que es parte de mi y Gracias a la vida… Hacía frío, el bus tardó y me dio tiempo de oírlos. Fui a la pastelería Olid, donde había encargado los roscones, los recogí y volví a casa muy contenta. Se cumplía el plan trazado en la agenda. Con un cafecito leí el diario que me había descargado y a continuación me preparé para continuar con el plan del día. Tengo que ir en metro a encontrarme con Nacho, toda una aventura para mi que no suelo frecuentar el metro. Me exijo concentración, miro el mapa, calculo, (mal), la duración del trayecto, con combinación incluida, escaleras, etc. Tengo que consultar a la taquillera para poder entrar. Pero estoy tranquila y feliz por poder ir resolviendo las dificultades. Como me llevé la tablet, leí el diario, sin descuidar las estaciones. En la combinación, un violinista estaba interpretando muy bien una pieza clásica, le di una propina de agradecimiento, porque ese fondo musical, encajaba perfectamente en mi estado de ánimo. Cuando llegué al lugar de encuentro, compruebo que me he adelantado casi una hora. Hablo con Nacho que me había llamado durante el trayecto y quedamos en el Centro comercial donde estaban los cines. Porque al cine íbamos. Le dije que no se apresurara, que yo comería algo antes. No conocía el lugar, más aventura para mí. Pero llegué, como a Roma, preguntando.
Tomé algo, lo esperé, poco. Y entramos al cine. Ibamos a ver la última película de Stars Wars y en 3D. Era la culminación de mi experiencia de intentar conocer, valorar, comprender el sentido de esta serie de películas, que tanta aceptación tienen. No puedo sacar resultados concluyentes. Pero lo pasé estupendamente. Con la visión en 3D, temía que me fuera a impresionar, a disgustar lo que ya he señalado en la entrada Primer día del 2016: guerras, velocidad, monstruos. Bromeaba con ello, pero terminé empotrándome en la butaca en más de una ocasión, para evitar las naves, especialmente cuando parecía que venían por la espalda. O cuando había que esquivar los objetos que, consecuencia de las guerras, se dirigían al público. También me reí en algunas ocasiones, me siguió gustando algunos de los personajes, como Chewbacca o los robots muy simpáticos, el último BB 8. Sigo con un lío de familiares en la saga, «familias desestructuradas», me sugiere mi acompañante. A la salida, me he reído a carcajadas, recordando momentos, y haciendo el ganso. Me apropié del bramido de Chewbacca y aprovechando el bullicio de la gente lo soltaba para escándalo de mi misma y de Nacho. Mucho tiempo hace, no recuerdo cuanto, que no me reía tanto. Y así volvimos a casa a recoger los roscones para ir a compartirlos, como estaba previsto.
Luego del chocolate y los roscones, que estaban muy ricos, hubo intercambio de regalos y a mí me tocó entradas para el Auditorio Nacional para dos ocasiones. Hubo sesión de fotos por cada obsequio. Cada uno muy contento con los suyos y yo especialmente, porque me encanta la música no solo oírla, sino también presenciarla. Besos, abrazos y buenos deseos y fin de un día de reyes, que ya casi es tradición entre las personas del grupo, pero que ha sido excepcional para mi.
Devuelta a casa, asimilo las emociones, las alegrías del día pasado y me reitero en lo dicho al principio: un verdadero regalo de la vida a través de quien él sabe.